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  • Carmen con uVe

La historia de N


Hoy conocimos a N. Estábamos comiendo en una eatery (restaurante típico callejero) cuando apareció. Se sentó en la mesa de al lado y pronto llamó nuestra atención. Con cuidado, colocó sobre la mesa un pequeño coche rojo de madera, unas monedas y un billete de 20 pesos. Parecía que, como todos los que estábamos en la plaza, se había sentado allí para comer. Sin embargo, tras un rato dándole vueltas a las monedas, se levantó y se acercó hacia nuestra mesa. Antes de que le diese tiempo a decir nada, lo invité a sentarse con nosotros. N no habla inglés así que necesité ayuda para comunicarme con él. Amablemente, un hombre sentado frente a mí le fue explicando en tagalog lo que yo quería decirle.

Al final N accedió a sentarse con nosotros en la mesa y comerse un plato de arroz con pollo. No podría asegurar que N estuviese cómodo. Su cara era más bien de preocupación, puede que de incomprensión… en realidad se me hace difícil describir su gesto. No conseguí adivinar en su mirada lo que pudiera estar pensando pero había un aire de desconfianza en su comportamiento. Al terminar nuestro plato decidimos irnos y dejar que N terminase su comida tranquilamente, sin las miradas de dos desconocidos.

N tiene apenas 5 años y su historia es como la de muchos niños de Manila que se buscan la vida por las calles de la ciudad. Los datos oficiales del Gobierno filipino hablan de unos 25000 niños callejeros, mientras que las asociaciones y datos extraoficiales hablan de una cifra difícil de definir pero que supera el millón y medio.

Los niños como N han sido en muchas ocasiones abandonados por sus padres o han escapado del hogar huyendo de situaciones muy difíciles (maltratos, abusos…). Las calles de Manila son ahora su hogar y su “lugar de trabajo”. Estos niños aprenden a estirar la mano para mendigar casi al tiempo que otros niños aprenden a hablar o a caminar. Hoy dejamos Manila y un trozo de nosotros se queda en la ciudad con N y con todos esos niños.

Filipinas puede ser un lugar idílico, un paraíso de islas desiertas, playas de postal y sonrisas infinitas que merece ser descubierto. Sin embargo, dentro de este paraíso, crece un infierno en las grandes ciudades y se ceba con los más pequeños, los niños como N.

Subida en este avión camino a Tailandia intento imaginar dónde estará N ahora, dónde dormirá esta noche y cómo acabará su historia. Necesito creer que este relato se escribe con N de Niño y no con N de Nadie.

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