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  • Foto del escritorEfrén Con uVe de Viaje

Jugando a ser niño


Aunque ya los habíamos visto correteando por el pueblo, el primer contacto directo con los niños de Huay Bo se produjo cuando Carmen y yo decidimos visitar la humilde escuela primaria. Durante poco más de una hora compartimos juegos y complicidades mientras bromeábamos, entre risas y curiosidad mutua. Es cierto que no hablamos el mismo idioma pero tampoco nos hacía falta. Es lo que tienen los niños que no necesitan mucho para hacerse entender.

Aunque humilde, la escuela tiene lo necesario para una educación digna.

Selfie se entiende en todos los idiomas

Esa misma tarde decidimos ir en busca de unas pequeñas cataratas, no muy lejos del pueblo. Por el camino nos encontramos con varios de los niños. Les invité a acompañarnos con gestos y gritando una de las pocas palabras que conocía en su idioma: ¡Tad! (que significa catarata). Cuatro de ellos decidieron acompañarnos. Cual Tarzanes y Janes nos presentamos: “Me Efren. You…?"

Como ya habíamos roto el hielo en la escuela, fue muy fácil dejar atrás la vergüenza inicial y los niños comenzaron a sentirse cómodos con estos dos falang. Aunque todos intentaban impresionarnos, fue Ving quien, con sus nueve años, tomo la iniciativa y comenzó a liderar nuestra expedición. Le seguían Duan y Tin, los dos de ocho años, y cerraba el grupo Nuk, que con sus seis años se esforzaba en seguir el ritmo de los mayores. Yo les empecé a seguir el juego, actuar como ellos, imitarles mientras me dejaba llevar. Si ellos corrían, yo corría; si ellos saltaban, yo saltaba; si ellos se metían en el río, yo me metía en el río. Así fue como comencé a jugar a ser niño.

A medida que nos adentrábamos por el arroyo que conduce a las cascadas, todos intentaban impresionanos con sus conocimientos mientras llamaban nuestra atención con un simple: "eh hello, hello". Señalaban un árbol y, con puntería certera, lanzaban una piedra para derribar un fruto parecido a un pomelo. Agarraban una raíz y nos explicaban como pelarla para poder comerla. Nos indicaban donde encontrar peces o en que lugar no podíamos entrar ya que allí había búfalos...

Yo también los quise impresionar. Me esforcé para conseguir los mejores silbidos, aproveche mi fuerza para enseñarles algunos trucos, hice alguno de mis mejores tiros con el tirachinas de Ving y afiné mi puntería cuando se trataba de derribar un fruto de un árbol. Aún no era uno de ellos pero noté como la distancia se acortaba.

Equipo de exploradores (falta Tin, el más vergonzoso)

Un bañito refrescante

Al día siguiente, mientras yo estaba en mi mundo tumbado en una hamaca, no dejaba de ver a muchos niños alejarse del pueblo cargados de trampas, tirachinas y otros utensilios hechos a mano. Algo dentro de mí me hizo levantarme. “Me voy de caza”, le dije a Carmen que hablaba con otros viajeros. Crucé los campos de arroz corriendo, intentando alcanzar a cuatro chavales que había visto adentrarse en los bosques. Al llegar a ellos reconocí a Tin. Los otros tres, más mayores, no me sonaban. Traté de explicarles que me gustaría acompañarles. Entre ellos deliberaron y el más mayor ejerció su derecho de líder: “no, falang no“. Cabizbajo retrocedí sobre mis pasos. Seguía siendo un falang...

Ingeniando trampas

Recolectando para la cena

Al llegar al pueblo me encontré con Ving y Duan que iban acompañados de otros dos niños: Peng y Tuk. Me invitaron con un gesto a acompañarles y, a medida que dejábamos atrás el pueblo camino de la escuela, me pidieron que les volviera a hacer los trucos del día anterior. Allí estábamos jugando, cuando un hombre y un adolescente llegaron en un moto-carro y se pusieron a cargar las sillas y las mesas de la escuela. No lo hacían de forma muy organizada, así que me ofrecí a ayudarles, poniendo un poco de orden y explicándoles con gestos como podríamos cargar más material y de manera más segura. “You good falang”, me dijo el hombre.

Ving, Duan y Peng

De procesión en Huay Bo

Llevamos el cargamento hasta el pueblo y por el camino más niños se fueron uniendo a la comitiva. Volvimos a la escuela a por más sillas y mesas y todos, incluido el hombre, subimos en el carro. Atraídas por su curiosidad, un grupo de niñas decidió acompañarnos también. Hicimos el mismo recorrido tres veces y en cada trayecto más y más niños se unían. Por el camino jugábamos todos. Cuando el carro iba vacío, los cargaba y bajaba del mismo entre gritos y risas. Sujetaba a tres o cuatro de ellos en mis brazos y los levantaba como si fuera un forzudo. Dejaba que se subieran a mi espalda y les hacía mis mejores trucos mientras ellos disputaban quien sería el siguiente.

No sé decir cuantos seríamos al final, pero puedo asegurar que pocos niños quedarían en el pueblo que no estuviesen en esta singular procesión. Juntos reímos, juntos disfrutamos de los juegos y juntos lo pasamos bien, pero lo mejor de todo es que durante un buen rato, sin importarme el resto de las cosas, volví a jugar a ser niño.

Cada vez eramos más

No cogía nadie más en la carroza de nuestro desfile

Cualquier persona que haya viajado por el sudeste asiático se habrá dado cuenta que muchos niños ya no pueden jugar a ser niños. Los niños vagabundos de las calles de Manila, las niñas que venden recuerdos a los turistas en Angkor Wat, en Myanamar es normal ver a niños trabajando en los mercados o en los bares, en el norte de Tailandia hay niñas que bailan durante horas al son de la música suplicando una supuesta ayuda para poder estudiar... Sólo son cuatro ejemplos pero hay muchos más.

Tristemente, la explotación infantil es aún una realidad en esta y otras partes del mundo (y eso sin contar todo lo relacionado con el oscuro mundo de la prostitución infantil). En una sociedad donde llevarse un trozo de pan a la boca sigue siendo la prioridad para millones de personas, "lo normal” que muchos niños dejen de serlo prematuramente. Pero eso no debería de ser "lo normal". Los gobiernos, las organizaciones internacionales, nosotros mismos, todos deberíamos luchar juntos para que los niños puedan seguir siendo niños.

Los niños de Huay Bo son afortunados. Es cierto tienen que ir a cazar o a recolectar cuando toca para ayudar a que en casa todos tengan un bocado comida, pero siguen siendo felices. Tienen a sus familias y sobre todo tienen tiempo para seguir siendo niños. Además, a su corta edad, han desarrollado unas habilidades que ya quisieran para si muchos adultos del "primer mundo". Desgraciadamente, los niños de Huay Bo no son mayoría. Muchos otros niños en el mundo ya no se acuerdan lo que significa jugar. Algunos ni siquiera se recuerdan lo que significa ser niño.

Nosotros esperamos que en el futuro esto cambie y los derechos fundamentales de todos los niños del mundo sean respetados. Conseguirlo depende de todos.

Todos los niños tienen derecho a una educación gratuita, derecho a divertirse y jugar. Todos los niños tienen derecho a ser protegidos contra el abandono y el trabajo infantil.

[Cita de los derechos fundamentales de los niños

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