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  • Carmen con uVe

Crónicas jemeres: el genocidio camboyano


Dedicada a Muni, a Narath, a Kessara y a todos los camboyanos que luchan por un futuro mejor; y a todos aquellos que desaparecieron y siguen vivos en nuestra memoria.

Hoy visitamos los Campos de la Muerte y el Museo del genocidio. Hoy ha sido probablemente el día más duro de nuestro viaje. Sabíamos más o menos lo que nos esperaba durante estas dos visitas y puede que por eso las hayamos dejado para el último día de nuestro recorrido por Camboya.

Antes de continuar, creo que es importante ponernos en situación. Entre los años 1975 y 1979, Camboya sufrió uno de los episodios más atroces de la historia de la humanidad. El régimen de los Jemeres Rojos, con Pol Pot al mando, intentó establecer un gobierno comunista siguiendo el ejemplo de Mao Tse Tung. Los medios utilizados fueron atroces y lo que el país vivió durante esos 3 años, 8 meses y 20 días fue un auténtico infierno que acabó con la vida de un cuarto de la población camboyana. Por alguna razón, este genocidio no ha tenido la misma repercusión que muchos otros episodios históricos como el genocidio perpetrado por los nazis o la Revolución Cultural china. Por eso hoy, desde Con uVe de Viaje, queremos hablaros de ello y contribuir a que este episodio forme parte de la memoria colectiva… para que no se vuelva a repetir.

Tras el desayuno cogemos la moto y ponemos rumbo a los Campos de la Muerte de Choeung Ek que están a unos 17 Km de Phnom Penh. Hacemos el mismo recorrido que en los años 70 hicieron miles de camboyanos, aunque ellos no sabían que iban allí a encontrarse con la muerte. Puede que alguno lo intuyera y me temo que la mayoría lo deseara. Ya habían sufrido bastante.

La entrada a los Campos de la Muerte cuesta seis dólares e incluye una audioguía muy completa. Eso sí, los relatos que se escuchan son muy duros. La guía está disponible muchos idiomas y merece la pena escuchar la historia y los testimonios en español. En Choeung Ek fueron asesinadas 20 000 personas de los tres millones que perecieron durante el genocidio de los Jemeres Rojos. Las cifras son escalofriantes… aunque lo realmente inhumano son las torturas que sufrieron los camboyanos en los casi cuatro años del régimen de Pol Pot.

Durante la visita no se ve gran cosa. Al fin y al cabo lo que se visitan son unas fosas comunes. Los edificios de la época ya no están (fueron desmantelados por los vecinos para aprovechar sus materiales) y, en este lugar, sólo se erige un monumento en recuerdo a los fallecidos. Sin embargo, la visita es muy intensa debido a la narración de la audioguía que va detallando lo que allí ocurrió. Sin duda, el momento más escalofriante de la visita es cuando llegamos al árbol dónde asesinaban a los más pequeños. El régimen de los Jemeres Rojos se deshacía no sólo de los adultos sino de familias enteras, bebés incluso, con el objetivo de acabar con cualquiera que pudiese convertirse en enemigo para el régimen.

Esta pagoda es un símbolo de memoria histórica, para recordar a las nuevas generaciones de lo que aquí ocurrió intentando así que la historia no se vuelva a repetir.

Fue en este preciso lugar, delante de este árbol, donde The Duch (uno de los cabecillas del régimen) rompió a llorar durante su visita a Choeung Ek años más tarde. De los acusados en 2007 por la corte, Kaing Guev Eav, más conocido como The Duch, es el único en haber reconocido los hechos y pedir perdón.

En el país existen más de 300 fosas comunes. De las encontradas en Choeung Ek, la mayor contaba con 450 cuerpos. Fosas con mujeres, hombres, niños y hasta Jemeres Rojos. Nadie estaba a salvo de las locuras y paranoias de Pol Pot, ni siquiera los suyos. Qué rabia pensar que la justicia, como pasa tantas veces, fue demasiado lenta y Pol Pot falleció en su casa en 1998 sin haber sido jamás juzgado.

Cada tres meses los trabajadores de Choeung Ek tienen que limpiar las fosas de las que siguen saliendo huesos, ropa, restos...

No hubo fusilamientos. No se gastó ni una bala. Los Jemeres Rojos utilizaban todo tipo de utensilios para acabar con las vidas de los detenidos.

A Choeng Ek la gente iba a morir. Allí acababa su tormento. El verdadero horror se vivía antes de llegar allí, en los centros de detención como el que visitamos esta misma tarde. El museo del Genocidio Tuol Sleng, también conocido como prisión S-21, había sido un instituto de enseñanza secundaria. Cuando en 1975 los Jemeres Rojos tomaron la ciudad de Phnom Penh, cerraron centros escolares, bancos, museos… Durante la dictadura se prohibieron la educación, la propiedad privada, el uso del dinero y hasta la correspondencia personal. Como todo régimen totalitario su principal objetivo eran los intelectuales, la gente con estudios, los que hablaban idiomas o simplemente la gente que usaba gafas o tenía manos finas. Pol Pot quería empezar desde cero, crear una “sociedad perfecta” basándose en los ideales maoístas y estaba convencido que esto era posible acabando con la vida en las ciudades y enviando a la gente a trabajar los campos. Las consecuencias de su proyecto fueron devastadoras.

En el museo han dejado muchas de las salas prácticamente igual que las encontraron. Se muestran los grilletes, las camas, las celdas. Se exhiben las armas que utilizaban para torturar a los presos y las fotos del día que los registraban. Es posiblemente la parte más impresionante de la visita. Esas miradas… Los hay que miran con odio, con rabia; otros miran con miedo, con pena; pero lo más duro es, sin duda, la mirada ausente de quien parece haber perdido la cordura…

En la prisión S-21 fueron detenidas y torturadas miles de personas.

Sólo sobrevivieron doce.

Salimos del museo mudos, sin fuerzas. Decidimos no pararnos a hablar con nadie de vuelta al hotel. La visita ha sido muy dura. Una intenta comprender cómo pueden ocurrir estas barbaridades, cómo el ser humano puede acumular tanto odio y cometer esas atrocidades. Tengo la sensación, tras la visita, de conseguir alguna respuesta a las miles de preguntas que se acumulan en la cabeza pero la mayoría quedan sin responder porque no hay excusa legítima a dicha crueldad. La historia se ha repetido demasiadas veces, en tantos países… Me da miedo pensar que éstas no son cosas del pasado sino que siguen pasando. Ocurrió en España, en Chile o en Camboya, luego en Ruanda, en Palestina… en Siria…

Otro de los pensamientos que recurre a mi mente es la cercanía de esta historia. Hace apenas 40 años que los camboyanos vivieron este infierno. Los que no perecieron en esos años siguen vivos. Son las personas que nos cruzamos cada día en este país: la mujer que me sirve la comida, el hombre que conduce el tuk-tuk o el que nos vende la entrada al museo. Muchos de ellos luchan internamente cada día por superar lo ocurrido, por olvidar. Muchos perdieron a seres queridos y todos siguen sufriendo las consecuencias de un país en transición, en construcción. La pobreza es aún un problema en Camboya donde la brecha entre ricos y pobres es muy grande. La corrupción está a la orden del día y el país no cuenta con una población muy preparada. No olvidemos que en los 70 se asesinó al 25% de la población, en su mayor parte la gente con estudios: médicos, profesores, ingenieros, jueces… No es difícil darse cuenta lo costoso que resulta reconstruir un país tras un episodio como éste… con una población traumatizada y poco preparada.

Durante nuestro paso por el país hemos aprendido mucho de este trágico episodio, no sólo en las visitas de hoy, sino de los propios camboyanos. Ellos quieren que el mundo conozca su pasado y que quede grabada en la memoria histórica de las nuevas generaciones. Lo peor que le puede pasar a un pueblo es que se oculte su pasado, que se olviden los triunfos y las derrotas y se repitan las desgracias. El mundo debe saber, debe aprender de los errores y reflexionar para construir un futuro mejor.

Niños camboyanos estudiando en las calles de Phnom Penh. El futuro del país.

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