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  • Carmen con uVe

La odisea de viajar en tren por el norte de India


Moverse por India, un país donde viven 1250 millones de personas y donde hay millones de desplazamientos diarios, no es tarea fácil. El tren, como ya sabéis, es uno de nuestros transportes preferidos y siempre que podemos recorremos los países en el gigante de hierro. En el caso de la India, la expectativa era aún mayor ya que los viajes en tren por el país de las especias son famosos, no especialmente por su comodidad ni por su espacio. No son pocas las guías que recomiendan subirse a uno de estos trenes con el pretexto de vivir una experiencia diferente. Incluso hemos conocido quien realiza esta “actividad” dentro de un tour guiado, como si se tratase de un espectáculo extraordinario.

Cuando le comentamos a nuestro amigo Ranga que nos gustaría viajar en tren por el norte de India nos dijo que no era la mejor idea sobre todo porque las reservas de los coches-cama deben hacerse con meses de antelación. Aún así lo convencimos, hicimos las reservas que pudimos y nos quedamos en lista de espera en casi todos los trayectos excepto en el primero.

Nuestro viaje en tren por el norte de la India nos llevaría desde Varanasi, la ciudad de los templos, hasta Delhi, capital del país. Realizaríamos el viaje en varios trayectos llenos de anécdotas, risas y algún que otro momento de tensión. En pleno mes de junio, las altas temperaturas que recorrían el país convirtió la aventura en toda una “expedición”.

De Varanasi a Khajuraho

Dejábamos Varanasi en dirección a Khajuraho sin saber que viviríamos nuestra primera aventura antes de subirnos en el tren. Nuestra reserva indicaba que el tren salía de la estación Chaukhandi, que se encuentra a unos 20Km de Varanasi. Para llegar allí tuvimos que tomar un tren desde la estación central de Varanasi. Lo cierto es que nos resultó extraño pero seguimos las instrucciones de nuestra reserva. Al fin y al cabo estaba confirmada. Nada más descender en el andén de Chaukhandi sabíamos que algo no iba bien. Nos encontrábamos en la estación de un pequeño pueblo rural de India en la que a penas había 10 pasajeros más esperando el tren y que no tenía ni baños. Dadas las circunstancias, Ranga fue a comprobar con el jefe de estación si nuestra reserva era correcta. Como ocurre siempre en India, las cosas llevan su tiempo y dan varias vueltas antes de darte una respuesta definitiva. Nadie parecía saber qué hacíamos allí y ponían en duda nuestra reserva. Al final nos confirmaron que nuestro tren pararía en la estación, que podríamos subirnos sin problema y que como sospechábamos ya en aquel momento el tren venía desde la estación Central de Varanasi.

Nunca supimos porque la página web no permitió a Ranga reservar el billete desde Varanasi, pero no importó ya que minutos después estábamos subidos en nuestro tren camino a Khajuraho muertos de risa por nuestra primera aventura. La odisea de un viaje en tren por el norte de la India no había hecho más que empezar.

Khajuraho

Llegamos a Khajuraho asfixiados por el calor intenso y seco con la sola idea de darnos una ducha. Esa misma noche tomábamos el tren a Agra, así que no necesitábamos reservar ningún hotel. Sin embargo, y dado que viajábamos con Varun, el sobrino de Ranga de 8 años, decidimos llegar a un apaño con un hotel y alquilar una habitación por unas horas. Así podríamos dejar nuestro equipaje, darnos una ducha y descansar un rato.

Esa mañana contratamos un tuk-tuk que nos llevara a recorrer los diferentes templos de la ciudad que están repartidos en tres zonas y que fueron construidos entre el 900 y el 1150 d.C. Estos templos son conocidos comúnmente como los templos del Kamasutra por las imágenes eróticas de sus relieves. El recorrido terminaba en los templos principales, donde debíamos pagar una entrada (el resto son gratuitos) y donde contratamos un guía para que nos explicara lo más importante sobre los templos y su construcción. Una visita interesante y recomendable. Ahora bien, el lugar no tiene nada más que ver a parte de los templos, con lo cual un día (o incluso medio, como nosotros) es suficiente para visitarlo.

De Khajuraho a Agra

La hora de tomar nuestro tren a Agra se acercaba y nosotros seguíamos en lista de espera. ¿Qué vamos a hacer? Teniendo en cuenta la antelación con la que hay que reservar los billetes esperar un día más no era una opción. Lo solucionamos pues a la manera india. Llegamos a la estación y Ranga me pidió que hiciese cola para comprar cuatro billetes en clase general. Me lo pidió a mí porque en India existen siempre dos filas, la de mujeres y la de hombres y la primera siempre es más corta con lo cual la espera se acaba antes. Habrá quien se pregunte el porqué de esta diferencia. En un país donde se respeta poco el espacio (porque no lo hay) y bastante poco a las mujeres, es mejor mantener las manos largas alejadas de los coloridos saris.

La clase general es esa que atrae la atención de los turistas, la que sale en televisión en la que miles de indios se hacinan en los vagones como pueden entrando por puertas y ventanas (si es que éstas no tienen barrotes) y para la que no hay aforo máximo. Tras la locura de conseguir comprar los cuatro billetes de clase general Ranga nos confirmó que ya había arreglado todo con el revisor de turno y nos había encontrado unos sitios en un vagón con camas, por el módico precio de 50 rupias. Y sí, en India se puede arreglar prácticamente todo a base de sobornos. Y entonces, os preguntaréis, ¿para qué queríamos los billetes de clase general? Eran nuestro salvoconducto. Con un billete legal ningún revisor podría echarnos del tren. A lo sumo, podría pedirnos cambiar de vagón.

Las primeras horas del trayecto pasaron sin problema y pudimos descansar. De hecho, a medida que avanzábamos el vagón se iba llenando de más y más gente que se sentaba por las camas y por el suelo. Éramos claramente muchos más pasajeros de los permitidos, pero parecía que a nadie le importaba. Posiblemente porque ninguno tenía billete legal para estar en ese vagón. Hasta que llegaron los pasajeros con billete que debían ocupar “nuestras” literas. Para su sorpresa, no había una persona en su cama, sino dos o tres. Para las ocho literas que hay por hueco estábamos unas 20-25 personas. ¿Y ahora? Nuestro amigo Ranga nos pidió que nos tranquilizáramos, que todo se arreglaría (positivismo hindú) y que en ningún caso abandonásemos nuestros sitios. Yo dormía junto a una niña, Efrén compartía cama con otros dos jóvenes. Y mientras tanto el revisor al que habíamos sobornado no aparecía.

Al final se arregló como se arreglan muchas cosas en este país: hablando. Ranga pasó más de media hora hablando con uno de los jóvenes con “billete real” y cedieron que nos quedásemos allí hasta Agra. Al fin y al cabo solo nos quedaban un par de horas más de trayecto. Nos repartimos como pudimos por las camas y el suelo y llegamos a Agra con nueva aventura que añadir al equipaje (con soborno incluido).

Agra

Llegamos a Agra en medio de la noche y tras dar miles de vueltas porque el tuktukero se perdió un par de veces por la ciudad llegamos a nuestro hotel con vistas al Taj Mahal. Ranga había hecho la reserva y se llevó un gran chasco al ver las habitaciones. La mitad de lo prometido en la reserva brillaba por su ausencia, entre otras cosas el aire acondicionado. Nos prometieron cambiarnos a las habitaciones con aire acondicionado a la mañana siguiente ya que las habitaciones no estaban limpias. Eso sí, desde la terraza se podía admirar (como bien decía el anuncio) una de las siete maravillas del mundo.

En Agra pasamos un par de días en los que además de descansar y visitar el Taj Mahal, aprovechamos para ver el little Taj y el fuerte de Agra, de una belleza arquitectónica que nada tiene que envidiar a la tumba de la esposa favorita de Shah Jahan. En realidad, si os soy sincera a mi me gustó mucho más el fuerte que el Taj Mahal. Este último está, a mi parecer sobrevalorado. Obviamente los edificios de arte mogol que conforman el lugar son impresionantes, sobre todo por los materiales con los que están construidos y que junto a los jardines forman un conjunto maravilloso. Sin embargo, sobran turistas y falta algo de encanto. El interior del edificio es muy sobrio, muy minimalista. Me esperaba algo más.

Habrá quien al leer esto eche las manos a la cabeza. No quiero con esto desprestigiar el trabajo del arquitecto y los constructores, pero si vais a Agra no dejéis de visitar el fuerte. Os dejará sin palabras. Al igual que lo hará la Alhambra de Granada o los templos de Angkor y ninguno de estos está considerado una de las 7 maravillas del mundo.

De Agra a Delhi

El trayecto de Agra a Delhi era el último del viaje en tren por el norte de la India. Después nos adentraríamos en las carreteras de la cordillera del Himalaya en una maravillosa e inolvidable aventura en moto. El día antes de nuestro viaje a Delhi comprobamos nuestra posición en la lista de espera. Estábamos entre los 15 primeros pero no era suficiente. No conseguiríamos plaza otra vez. Entonces Ranga habló con su madre, que tiene una amiga que trabaja en la empresa ferroviaria, para ver si podía hacer algo. Conseguimos subir unos cuantos puestos en la lista, pero estaba claro que por encima de nosotros había gente con un mejor contacto. Cansados de los tejemanejes del tren decidimos que era hora de cambiar de idea y reservar un autobús para nuestro último trayecto. Lo que no sospechábamos es que viajar en bus por el norte de la India puede ser tan caótico en bus como en tren.

Llegamos a la estación con media hora de adelanto para poder encontrar nuestro autobús. Poca precaución es poca en este país de locura. En la estación con decenas de autobuses no hay andenes ni divisiones por compañías. Tras dar un montón de vueltas y que nos indicaran diferentes autobuses como el nuestro, Ranga decidió llamar a la compañía donde habíamos hecho la reserva. Y ellos le dieron ¡un número de matrícula! Nos podéis imaginar dando vueltas con todo el equipaje por entre las decenas de autobuses leyendo sus matrículas.

Al final, ya no recuerdo ni siquiera cómo dimos con nuestro autobús en la calle que se encontraba en frente de la estación. Venía con retraso y nos confirmaban que la hora de salida era incierta. Podíamos salir en una, dos o tres horas. Fue entonces cuando Ranga explotó. Entró en una fuerte discusión con el chófer del autobús y por teléfono con los responsables de la empresa. Intentó buscar otra compañía e incluso un Bla Bla Car. Pero era demasiado tarde así que decidimos tranquilizarnos y aceptarlo a la manera india. Esperamos allí hasta que el bus saliese. Al final el retraso fue de poco más de una hora, pero el viaje iba a ser mucho más largo de lo esperado.

Al poco de arrancar un hombre se levantó y empezó a hablar en hindi. Era un guía turístico que aparentemente acompañaba a una gran parte de los viajeros que iban en el autobús. Como Ranga puede hablar hindi (aunque su lengua natal es tamil) nos explicó que la llegada a Delhi estaba prevista para las dos de la mañana y que el bus haría varias paradas. Luego hablando con otros viajeros descubrió la estratagema de la empresa de transportes. Como había pocas reservas para el bus de Agra a Delhi decidieron reubicarnos en un bus turístico al que le sobraban plazas y cuyo destino final era también Delhi. Así terminamos conociendo las ciudades de Mathura y Vrindavan. La primera es una de las 7 ciudades sagradas de la india, donde se encuentra el templo Keshav Dev, conocido como lugar de nacimiento de Krishna. Por su parte,Vrindavan, no muy lejos de Mathura, es conocido por ser el lugar donde Krishna pasó su juventud. En la actualidad los fieles visitan su infinidad de templos ya que es considerado un lugar sagrado por hinduistas y seguidores del vaisnavismo.

Llegamos a Delhi de madrugada y nos recogió Promod, un amigo de Ranga que, junto con su mujer Movita serían nuestros anfitriones durante los días en la capital india. Llegábamos por fin a un lugar dónde dormir, descansar y disfrutar de la mejor comida, la que nos preparaba la mamá de Movita (y sus ayudantes).

Delhi

En la capital del país las temperaturas superaban los 45º. En casa de Movita y Promod se estaba muy bien. Ambos tienen buenos puestos y una casa grande con aire acondicionado. Con el cansancio acumulado de los días de viaje nos costó un poquito levantarnos. Pero era el último día de Varún, el sobrino de Ranga, y queríamos que conociera un poco la ciudad. Tras comer posiblemente el mejor desayuno desde que habíamos dejado España meses atrás, salimos a descubrir los principales monumentos de la ciudad.

Nuestros anfitriones nos prestaron uno de sus coches (con chófer) que nos hizo un recorrido por el Fuerte Rojo de Delhi, la puerta de India y los edificios gubernamentales de la avenida Rajpath. Intentamos ir a algún otro lugar importante, pero el chófer nos advirtió que con el tráfico de esta gran ciudad llegaríamos un poco justos al aeropuerto para dejar a Varún, que viajaría por primera vez solo en avión.

La aventura de Varún por el norte de la India terminaba en este punto. Con él nos encontraríamos un par de semanas después en Chennai, en la otra punta del país. La nuestra (la de Efrén, Ranga y yo) no había hecho más que empezar. Nos esperaban dos semanas de aventuras por el Himalaya llenas de anécdotas y desafíos.

Terminábamos así el primer capítulo de nuestras cinco semanas en India. Varanasi había sido nuestra puerta de entrada en uno de los países más interesantes del viaje. La odisea de nuestros viajes en tren (y autobús) por el norte de India nos habían introducido un poco más en la cultura de esta gente y nos había hecho comprender un poco mejor su forma de actuar e interactuar unos con otros. La India, es sin duda un lugar muy especial, pero hay que saber entenderlo. Y no siempre es fácil.

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