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  • Foto del escritorEfrén Con uVe de Viaje

La historia de Fermín


"Nada más llegar a su nuevo destino, el joven cura se desmarcó de los esfuerzos de sus compañeros por convertir a la población y hacer de la "primavera religiosa" que vivía el país en una competición entre budistas y cristianos. El padre Gilbert era de otra pasta: formaba parte de esa nueva generación de misioneros que habían dejado en segundo lugar, y a veces olvidados por completo, los intentos de evangelizar a las gentes para poner sus esfuerzos en el trabajo sobre el terreno. Desde su llegada, en 1993, el religioso estableció como objetivo principal ayudar a las gentes de Ulan Bator y, sólo cuando se lo preguntaban, explicarles quien era ese Dios que le había dado la fuerza para comprometerse en esa tarea…"

Lo que acabáis de leer es un fragmento de “Hijos del monzón”, de David Jiménez, un libro que narra la historia de distintos niños asiáticos que luchan por sobrevivir en varios de los lugares más duros del planeta. Lugares que, por suerte o por desgracia, nosotros hemos ido descubriendo en nuestra vuelta alrededor del mundo. Este libro -que devoramos en pocas horas y os recomendamos- cayó en nuestras manos desde las estanterías de Fermín, cura asturiano y misionero en Tailandia desde hace varios años. Además, Fermín fue también nuestro anfitrión los primeros cuatro días de nuestra segunda visita al país.

Contar una historia personal es de por sí complicado y más aún si sabes que el protagonista de la misma va a poder leerla. Aunque siempre intentamos escribir con tacto y respeto sobre éstos, no es lo mismo narrar la historia de N, la de Kessara o la Chin, que la de Fermín. De todos modos, sabemos que a Fermín no le importará que nos hayamos tomado la confianza de contaros un poco sobre su historia, y más sabiendo que él también es un uVe Viajero.

Fermin, con nosotros.

Conocíamos a Fermín por su amistad con la madre de Carmen, aunque nuestros caminos no se habían cruzado hasta que fue a recogernos a la estación de autobuses de Nong Khai (aquí os contamos como cruzamos la frontera). De camino a Ban Thin, el pequeño pueblo donde es párroco, nos cuenta que llegó a Tailandia hace 25 años y que desde entonces trabaja en la región noreste del país, Isan, donde existe una comunidad de católicos relativamente grande.

La agricultura es la principal actividad económica de Isan, situándose en la más pobre de las regiones tailandesas. Los turistas y su dinero casi no llegan aquí, o al menos no directamente. Todo el mundo ha oído hablar de Pattaya o de Patong y lo que allí ocurre. Como nos cuenta Fermín, lo que poca gente sabe es que la mayor parte de mujeres o en los peores casos niñas, provienen de esta parte del país. Muchas van en busca de una mejor vida, gran parte de las veces engañadas, dejando sus familias atrás. “Turismo” sexual lo llaman algunos.

Durante los próximos días nos instalaríamos en la casa parroquial, justo al lado de la iglesia de San José y cerca del campo de fútbol donde a nuestra llegada aún se notaba la resaca del reciente campeonato entre equipos locales, organizado por la parroquia. Budistas (la religión mayoritaria en Tailandia) y cristianos conviven en paz y el deporte es simplemente una forma más de estrechar lazos entre la comunidad.

A la mañana siguiente es domingo y toca misa. No importa que seamos ateos, no podemos perder la oportunidad de ver una misa en tailandés y a las ocho de la mañana acompañamos a los más o menos 70 católicos que hay en la iglesia. En los 25 años que lleva Fermín en Tailandia, le ha dado tiempo de aprender a hablar, leer y hasta escribir en el idioma local. Conocer la lengua de un pueblo, aunque sólo sea un poco, es la mejor forma de romper barreras y nosotros en cierta medida lo hemos comprobado durante los últimos meses. Paradojas de la vida, el evangelio que tocaba fue aquel de quién esté libre de pecado que tire la primera piedra. Sin duda parece hecho a la medida para un país donde muchas mujeres son esclavizadas sexualmente y en el cual la mayor parte de “clientes” son los propios tailandeses.

Tras despedirse de los feligreses a Fermín le toca visitar a una anciana enferma. Le acompañamos y de camino aprendemos que el sistema sanitario de Tailandia deja mucho que desear. Al menos para los que tienen menos recursos. Según nos dice, cuando una persona se pone enferma y acude al centro de salud más cercano, recibe una primera “cura”. Durante los primeros quince días el tratamiento es gratis (si tienes la tarjeta sanitaria por la que hay que pagar una pequeña cuota) y a partir ahí hay que pagar por cualquier tratamiento. La anciana que visitamos tiene una cadera rota. Sin dinero para una operación se verá postrada en una cama por el resto de sus días.

La siguiente parada del día es centro de la tercera edad que la congregación tiene cerca de Udon Thani y en la que en la actualidad se acogen gratuitamente a unas 17 personas. La situación de los ancianos en Tailandia tampoco es muy halagüeña. Sin un sistema de pensiones que respalde su futuro, los mayores suponen muchas veces una “carga” para sus familiares y son abandonados a su destino. Si tienen suerte, caen en manos de alguna ONG o en residencias como en la que nos encontramos.

De regreso ya en la casa parroquial, Fermín recibe la visita de una par de amigos. Esta singular pareja de antiguos trabajadores de la ONU, birmano él y thai ella, tardan poco en soltarse y comienzan a contarnos sobre la situación política del país en general y, en particular sobre la corrupción feroz que está enraizada en todos los niveles de la sociedad, desde la monarquía hasta las fuerzas de autoridad. No nos sorprende, ya sabíamos que Tailandia se suele situar en la cabeza de cualquier ranking de países corruptos. Le siguen de cerca Filipinas, de la que ya os hemos hablado anteriormente, y México, uno de nuestros futuros destinos.

Durante nuestra visita al centro de ancianos hicimos una pequeña donación con la cual se pudo reemplazar una bomba de agua estropeada.

El siguiente día, sin nada importante en la agenda, lo dedicamos a visitar un par de templos budistas cercanos y de paso, Fermín nos da una pequeña clase sobre la vida y enseñanzas de Buda. También nos explica sobre la importancia y el poder de la Sangha (institución administrativa budista) en el gobierno del país. Pero no solo hablamos de los budistas, también dimos un importante repaso a la iglesia católica en todo tipo de asuntos, tanto divinos y como mundanos. Hablamos sobre el nuevo Papa y el Vaticano, sobre la situación de la mujer, el aborto, incluso sobre la pederastia en el seno de la iglesia. Fermín no tiene tapujos en darnos su opinión sobre cualquier tema que le propongamos, incluso es él mismo quien nos saca alguno de los temas más delicados.

Fotos tomadas durante la visita a la Sala Keoku, un parque con numerosas estatuas que cuentas la historia del budismo

Las conversaciones con Fermín se nos quedan cortas. Durante esos días hablamos de mil y un temas. Política, religión, cultura, tradiciones… Hablamos abiertamente, de tú a tú, como amigos que hace mucho tiempo que se conocen y no tienen por qué ocultar sus cartas. Pocas veces hasta ahora en el viaje alguien nos ha podido ofrecer una radiografía tan completa de un país. Pocas veces en el viaje hemos profundizado tanto y gracias a Fermiín hemos descubierto aspectos que normalmente pasan inadvertidos para el viajero ocasional. Ahora, mientras escribo este artículo desde Nepal, al poner la vista atrás y revivir los días pasados junto Fermín los recuerdo como alguno de los más enriquecedores de todos los pasados en Tailandia, un país que brilla atrayendo a miles de turistas, pero que huele a podrido nada más que rascas un poco en su superficie.

Ya desde la distancia y ahora que nuestro viaje ya ha superado su ecuador, consideramos

esos días como un punto de inflexión en nuestra aventura y es que cada vez nos parecemos menos a aquellos novatos turistas que nerviosos dejaban Asturias y, a medida que pasa el tiempo y las experiencias se acentúan, nos vamos acercando al verdadero viajero que algún día soñamos con llegar a ser.

Dedicada a Fermín, que también tiene ojos para ver y corazón para sentir


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