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  • Efrén Con uVe

Crónicas jemeres: de Tonlé Sap a Battambang


Tras unos días disfrutando de los templos de Angkor tocaba ponerse de nuevo en movimiento y continuar con nuestro viaje por tierras camboyanas. En esta ocasión, y sin saber mucho lo que íbamos a encontrar, nos lanzamos a cruzar el lago más grande del sudeste asiático para continuar navegando aguas arriba siguiendo el curso de un río hasta llegar a Battambang, la segunda ciudad del país.

Para llegar a Battambang primero tendríamos que hacer un trayecto en barco de varias horas y, en esta ocasión, no tuvimos otra opción que contratar un tour organizado por el que pagamos 22$ que incluía el transfer desde Siem Reap (unos 15 kilómetros) hasta el lago y desde ahí, seguir en un barco que cruzaría Tonlé Sap y seguiría aguas arriba por los recodos del río Sangker, atravesando auténticos pueblos flotantes de pescadores. Una experiencia que nos dejaría boquiabiertos.

Nota: La superficie que ocupa el lago Tonlé Sap varía de extensión dependiendo de la estación de lluvias y puede llegar a aumentar tres veces su tamaño. Además, debido a las características de la zona durante la época de lluvias el río Mekong, que en condiciones normales se nutre de las aguas del lago, fluye en dirección opuesta alimentando al propio Tonlé Sap. Se produce entonces un fenómeno hidrológico único, ya que los ríos de la cabecera del lago comienzan a fluir aguas arriba. Siendo así no es de extrañar que los habitantes de sus orillas hayan escogido este tipo de casas.

Tras el trayecto en barco, que duró unas 8 horas largas, llegamos a Battambang. Llegados a este punto tenemos que aclarar que la última parte del trayecto afea todo lo anterior ya que la suciedad que vimos en las orillas del río, a medida que nos acercábamos a la ciudad, fue como un duro golpe que nos trajo de vuelta a la realidad.

De lo que encontraríamos en Battambang tampoco sabíamos mucho. Tras negociar con Muni, el conductor de Tuk-Tuk que conocimos en el puerto y nos llevaría hasta el First Hotel (donde sólo pagamos 4,5$), fuimos en busca del atardecer a bordo del tren de bambú junto a Suso y Víctor, dos simpáticos gallegos a los que conocimos en el barco. El bamboo-train consiste en un trayecto sobre unas vías de tren en desuso subidos en una estructura formada por dos ejes de ruedas, un chasis de bambú y un motor. El recorrido dura unos 30 minutos y llega a un pequeño poblacho sin nada reseñable donde nos intentaron vender algún recuerdo. El trayecto, en sí mismo, es lo más divertido (si no se preocupa uno mucho de la seguridad). Es una experiencia peculiar, sobre todo cuando te encuentras con otros vehículos en frente, en ese momento solo queda bajarse, desmontar el vehiculo y dejar pasar al que más gente lleve. Eso sí, nos parece demasiado caro pagar 5$ por persona.

Al día siguiente, además, “contratamos” con Muni otra excursión que nos llevaría por el campo de Battambang. Un recorrido a través de las plantaciones de arroz donde veríamos varias de las etapas del proceso de transformación, desde la cosecha del grano de arroz hasta el producto final, convertido en noodles, pastel de arroz o, incluso, el tradicional vino de arroz (aguardiente). También pudimos visitar un par de templos y un monumento en honor de los asesinados durante la dictadura de los jemeres rojos y escuchar en la voz de Muni, que no tenía más de 10 años en aquella época, los horrores de la inhumanidad del hombre. Fue un momento amargo y duro que nos costaría asimilar. Ya tendremos tiempo de explicaros más sobre esto en la entrada sobre Phnom Penh.

Tanto el viaje el barco como la visita a Battambang fue una experiencia única, algo en cierto modo inesperado. Y como ocurre muchas veces cuando no esperaras nada, acabas encontrando lo que estabas buscando.

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